MIS MEJORES DESEOS DE FELICIDAD PARA ESTAS FIESTAS NAVIDEÑAS Y PARA EL 2015 A LOS LECTORES DE ESTE BLOG, JUNTO CON MI GRATITUD POR VUESTRO SEGUIMIENTO, QUE ES, AL FIN, LO QUE LE DA SENTIDO. Sofía
Brillan en la valla las salpicaduras saladas. La puerta está cerrada ya. Y el mar, hirviente, irguiéndose y rompiendo contra los diques, ha absorbido el sol salado. Duerme amor... No atormentes mi alma. Ya se adormecen las montañas y la estepa y nuestro perro cojo, de lana enmarañada, se tumba y lame su cadena salada. Y el rumor de las ramas, y el fragor de las olas, y el perro encadenado, con toda su expeeriencia, y yo, con voz muy queda y luego en un murmullo y después en silencio te decimos: duerme amor... Duerme amor... Olvida que estamos reñidos. Imagina: Nos depertamos. Todo está lleno de frescor. Tumbados en el heno. Soñolientos. Llega un olor a leche agria desde abajo, desde el sótano, provocando el sueño. Oh, cómo podría hacerte imaginar todo esto a tí, a tí, desconfiada! Duerme amor... Sonríete entre sueños. ¡Deja de llorar! Corta flores y piensa en dónde las pondrás, y cómprate un montón de vestidos bonitos. ¿Musitas? Es el cansancio de tu sueño inquieto. Envuélvete en el sueño, arrebújate en él. Todo lo que se quiera se puede ver en sueños, todo lo que anhelamos cuando estamos despiertos. No dormir es absurdo, es incluso un delito: lo que oculto llevamos grita en nuestras entrañas. ¡Qué dificil les es a tus ojos llevar tantas cosas! Debajo de los párpados sentirás el alivio del sueño. Duerme amor... ¿Qué es lo que causa tu insomnio? ¿El bramido del mar? ¿El rogar de los árboles? ¿Un mal presentimiento? ¿La desvergüenza de alguien? ¿O, quizá no de alguien, sino simplemente la mía? Duerme amor... No es posible hacer nada, pero sabe que no es culpa mía esta culpa. Perdóname - ¿me oyes? -. quiéreme - ¿me oyes?-, aunque solo sea en sueños, ¡aunque sólo sea en sueños! Duerme amor... Estamos en un mundo que vuela enloquecido y que amenaza estallar, y es preciso abrazarse para no caer en él, y si hay que caer, caigamos abrazados. Duerme amor... No te dejes llenar de rencor. Que penetre en tus ojos el sueño suavemente ya que es tan dificil dormir en el mundo. Pero a pesar de todo - ¿me oyes, amor?-, duerme... Y el rumor de las ramas, y el fragor de las olas, y el perro encadenado, con toda su experiencia, y yo con voz muy queda y luego en un murmullo y después en silencio te decimos: duerme, amor...
Algunas veces llego presuroso, rodeo tus rodillas, toco tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera decirte tantas cosas! Te compraré un pañuelo, seré buen chico, haremos un viaje....No sé, no sé lo que me pasa.
Quiero morir así, así en tus brazos.
CUANDO TODO SUCEDA Digo: comience el sendero a serpear delante de la casa. Vuelva el día vivido a transportarme lejano entre los chopos.
Allí te esperaré.
Me anunciará tu paso el breve salto de un pájaro en ese instante fresco y huidizo que determina el vuelo, y la hierba otra vez como una orilla cederá poco a poco a tu presencia.
Te volveré a mirar, a sonreír desde el borde del agua. Sé lo que me dirás. Conozco el soplo de tus labios mojados: tardabas en llegar. Y luego un beso repetido en el río.
De nuevo en pie siguiendo tu figura regresaré a la casa lentamente cuando todo suceda.
EL OFICIO DEL POETA Contemplar las palabras sobre el papel escritas, medirlas, sopesar su cuerpo en el conjunto del poema, y después, igual que un artesano, separarse a mirar cómo la luz emerge de la sutil textura. Así es el viejo oficio del poeta, que comienza en la idea, en el soplo sobre el polvo infinito de la memoria, sobre la experiencia vivida, la historia, los deseos, las pasiones del hombre.
La materia del canto nos lo ha ofrecido el pueblo con su voz. Devolvamos las palabras reunidas a su auténtico dueño.
DONDE TÚ NO ESTUVIERAS
Dónde tú no estuvieras, como en este recinto, cercada por la vida, en cualquier paradero, conocido o distante, leería tu nombre.
Aquí, cuando empezaste a vivir para el mármol, cuando se abrió a la sombra tu cuerpo desgarrado, pusieron una fecha: diecisiete de marzo. Y suspiraron tranquilos, y rezaron por ti. Te concluyeron.
Alrededor de ti, de lo que fuiste, en pozos similares, y en funestos estantes, otros, sal o ceniza, te hacen imperceptible.
Lo miro todo, lo palpo todo: hierros, urnas, altares, una antigua vasija, retratos carcomidos por la lluvia, citas sagradas, nombres, anillos de latón, sucias coronas, horribles poesías... Quiero ser familiar con todo esto.
Pero tu nombre sigue aquí, tu ausencia y tu recuerdo siguen aquí.
¡Aquí!
donde tú no estarías, si una hermosa mañana, con música de flores, los dioses no te hubieran olvidado.
¿Qué esperabas de mí? Tal vez la magia que transformase caprichos del destino. Qué podría importarte, si éramos tan distintos, incluso cuando te convertías en agua para mi chocolate. ¿Qué podrías esperar, desde el rincón prohibido? Desde aquella distancia que siempre protegías con murallas ocultas. No era amor, aún cuando lo nombrases. Nunca fue amor, elucubro, desde la perspectiva de la distancia y de este fugaz destello de la memoria, que a veces sopla horas felices y en ocasiones llueve una atroz nostalgia. Nostalgia que al fin determina que persisto enferma de tu ausencia. Hoy mismo, me confirma la luna que este dulce mareo, que me empuja hasta el lugar prohibido en la memoria, procede de la semilla que resiste ahogada, en espera del beso de la lluvia.
Ella no fue entre todas, la más bella, pero me dio el amor más hondo y largo. Otras me amaron más, y, sin embargo, a ninguna la quise como a ella.
Acaso fue porque la amé de lejos, como una estrella desde mi ventana... Y la estrella que brilla más lejana nos parece que tiene mas reflejos.
Tuve su amor como una cosa ajena como una playa cada vez más sola, que únicamente guarda de la ola una humedad de sal sobre la arena.
Ella estuvo en mis brazos sin ser mía, como el agua en un cántaro sediento, como un perfume que se fue en el viento y que vuelve en el viento todavía.
Me penetró su sed insatisfecha como un arado sobre la llanura, abriendo en su fugaz desgarradura la esperanza feliz de la cosecha.
Ella fue lo cercano en lo remoto, pero llenaba todo lo vacío, como el viento en las velas del navío, como la luz en el espejo roto.
Por eso aún pienso en la mujer aquella, la que me dio el amor más hondo y largo... Nunca fue mía. No era la más bella. Otras me amaron más ... Y, sin embargo, a ninguna la quise como a ella.
Ignoro si tal vez recordarás aquellas tardes, de inicio formales, en las que conversábamos de lo humano y lo divino, para después, al tiempo que nos íbamos descubriendo, dejar paso a la timidez. Ignoro si vivíamos realidades afines, o sí tal vez nos separaban océanos sin fin o montañas, cuya cima se perdía en el confín de los tiempos. Ahora estás cercano al epicentro de las cosas hermosas. Eres incienso, cuyo humo me envuelve, cuyo aroma me embriaga, eres la aurora cuando abro los ojos y me saludas, ofreciendo la luz de tus ventanas y me acunas en tus brazos de luna, cada vez que la noche baja el telón. Sin duda, has sido destinado a procurar mi felicidad, no sé por cuanto tiempo, pero, qué importa el tiempo, frente a la dicha desatada. Con todo esto, solo quiero decirte que te quiero, más allá de conciliaciones, más allá de conveniencias. Si no desearas aceptar el desafío sabré entenderlo, no lo dudes. Retiraré mis naves a puerto seguro y te desearé –cómo no- la mejor de las suertes. Sofía B.
Llamaste un día a mi puerta a pluma desenvainada, y fue tu pluma palabra, y tu palabra la espada que atravesó mis sentidos. Fuiste luz y sombra oscura; hubo tiempos de hambre y frío y cuando el frío arreciaba yo buscaba tu palabra, para que fuese mi guía y el manto que me abrigara. Y fue transcurriendo el tiempo.. La soledad y la pena abatieron la esperanza. Más, sin embargo en las noches en que me alumbra la luna, me devora la añoranza, y huérfana de tu verbo al viento lanzo mi empeño: “te he de amar, como ninguna.” Sofía B.
Esta tarde paseé sin compañía, sin pluma, ni papel donde escribir tu poema. Así pues, lo haré ahora que la luna llena ocupa, altiva, el firmamento. Te hago pues epicentro de mi interés y. aunque tu no la ves, te brindo una sonrisa de miel y de algodón, para ese, tu corazón, que presiento cansado y un beso descarado, que envío a dónde ya no estén los restos de los besos que te han dado.
Báilame este tango, amigo. Nada más he de pedirte si al fin aceptas bailarlo. Solo llégate a mis brazos, que yo en ellos te recibo y, náufragos, aliados, giraremos enlazados entre rebeldía y ansia, ojos en ojos clavados. Ausentes en la distancia de muros de espacio o tiempo, recrearemos el momento vistiéndolo de infinito. Cíñete a mí y, despacito, en pícaro movimiento, deja que beba tu aliento en la distancia y el velo, que propicia nuestro anhelo, preservemos y que el cielo descienda hasta nuestras manos, enlazadas, y partiendo de esta locura salvaje, ya ligeros de equipaje, rindámonos a la danza y que el fuego nos dé alcance.
¡Baila conmigo este tango, que aún me debes un baile.!
Mar sombría, ¿por qué buscas llevarte mi barca a tus profundidades?; ¿por qué bates furiosa, alzando tempestades, que destruyen mi sueño de bogar en tus olas? ¿Por qué persigues doblegar mi empeño?
Aunque me arrastres a la deriva, castigando mis ansias y me hagas zozobrar, me he de fundir contigo, y entibiaré tus aguas frías. He de beber tu sal y dormirán, al fin, mis sueños entre tus brazos de coral.
¡Cuánto tiempo ha pasado! Parece que fue ayer cuando te recogí en mis brazos, ¡tan pequeñita, tan vulnerable! Siempre he dudado si, realmente, llegó a cortarse el cordón que nos mantuvo unidas y es que, durante mucho tiempo, te sentía todavía dentro de mi y, aun te siento, mi pequeña, hermoso fruto de mi vientre, hecha ya una mujer. Pequeña hada, tejedora de historias con las que embelesar cada día a esa gente menuda, que tanto amas. Eres más poesía, qué la más bella puesta de sol, o la flor más hermosa; qué el mejor de los poemas, de Machado o de Lorca. Me asombra, que tu pequeño cuerpo pueda encerrar tanta fuerza, tanto valor. Te deseo, hija mía, que la vida te devuelva al menos la mitad de lo que tu me has dado. Con tal bagaje, podrás tener una vida feliz, y contagiar tu luz y tu magia a aquellos que te amen. Se feliz, pequeña gran mujer, y nunca olvides que has sido mi faro salvador, cuando el tiempo vestía de luto. Algún día, tal vez serás tú quien se siente a escribir unas letras, como estas, que hoy quisieran ir más lejos del papel, llegar hasta tu corazón y anidar en él, para siempre.
Hoy ya la soledad no tiene puertas
y los recuerdos saben a ternura,
haciendo añicos las intenciones.
Me he vestido de brisa
para salir a buscarte, anhelando ser de nuevo tu aire.
Y, qué tal si arrojamos
a la hoguera del olvido
los dardos del rencor,
las lanzas del reproche..
sí cerramos la caja de los truenos
sin vencedores ni vencidos.
Podríamos comenzar,
ignorando que ayer
fuimos deseo,
para ser otra cosa
o lo mismo,
o nada quizás.
Hoy podría ser
el primer día
del tiempo de la armonía;
yo estoy presta a utilizar
antiguas trampas,
a zurcir la telaraña
capaz de atraerte,
de atraparte.
¿Te atreverás a desnudarte
ante mí, una vez más
aún en la incertidumbre?
No calles. Dí, ¿te atreves?
Gota del mar donde en naufragio lento
se hunde el navío negro de una pena;
gota que, rebosando, nubla y llena
los ojos olvidados del contento.
Grito hecho perla por el desaliento
de saber que si llega a un alma ajena,
ésta, sin escucharlo, le condena
por vergonzoso heraldo del tormento.
Piedad para esa gota, que es cual llama
de la que el corazón se desahoga
cual desahoga espinas una rama.
Piedad para la lágrima que azoga
el dolor, pues si así no se derrama,
¡el alma, en esa lágrima se ahoga!
José A. Buesa
ARIA DE LUTO
Tendrá que suceder, hoy o mañana,
en cualquier parte y de cualquier manera,
--puede ser que bajando una escalera
o puede ser que abriendo una ventana.
Sucederá tal día de semana,
sencillamente, sin llover siquiera,
en el banco de un parque en primavera
o en un hotel de una ciudad lejana.
Así sucederá, como un espejo
que se queda de pronto sin reflejo,
porque crece la sombra o porque sí.
Irá de puerta en puerta un viento loco,
y tú también te morirás un poco
con algo tuyo que se muere en mí...!
José A. Buesa
POEMA DEL OLVIDO
Viendo pasar las nubes fue pasando la vida,
y tu, como una nube, pasaste por mi hastío.
Y se unieron entonces tu corazón y el mío,
como se van uniendo los bordes de una herida.
Los últimos ensueños y las primeras canas
entristecen de sombra todas las cosas bellas;
y hoy tu vida y mi vida son como las estrellas,
pues pueden verse juntas, estando tan lejanas...
Yo bien sé que el olvido, como una agua maldita,
nos da una sed mas honda que la sed que nos quita,
pero estoy tan seguro de poder olvidar...
Y miraré las nubes sin pensar que te quiero,
con el hábito sordo de un viejo marinero
que aun siente, en tierra firme, la ondulación del mar.
Reunir mis escasas pertenencias,
y buscar una cueva propicia
donde hibernar los sentimientos,
lejos de olvidos dolorosos.
Ser invierno.
En primavera la sangre fluye desordenada,
sin contención posible de las pasiones y desemboca en huidizas aguas;
en corrientes convertidas en torbellino.
Hay ilusiones
con vocación de efímeras.
Pero yo quiero ser invierno.
Ser invierno, y no sentir
el azote del frío,
el rigor de la nieve en el alma
o la tristeza de los árboles desnudos.
Ser invierno, y desposeerme de fragancias,
de colores,
dormitar en los brazos
de algún sueño indulgente.
Es tiempo de abstracción, y yo quisiera ser invierno.
Retén el rojo, la luz, las lámparas,
retén las estaciones en los ojos,
prepara el equipaje del viaje no sabes hacia donde
quizás con sobrepeso
¿Podrás partir cuando den las campanadas?
Retén la tarde,
haz amistad con las paredes que despides,
aráñalas, emprende.
No queda más que morir en esta pausa,
bajarte
echar a andar con el adiós en un costado
con la materia sudando despedidas,
con todas las muertes necesarias.
Retén el rojo, la tarde,
sirve con dignidad la mesa en la que faltes
quítate del paisaje.
Retén el rojo, retén las estaciones,
la media luz de los besos perdidos.
Lourdes Cañellas Hamud
Habitante del siglo
Cuando de una mujer
- habitante aún incómoda del siglo -
se habla
o desconocen donde van sus pasos,
quizá esté descubriendo alguna alquimia
algún camino nuevo
u otra forma de amar.
No la perdonarán las lenguas
ni saldrá en ningún libro
no aportará nada ni al mundo ni a los hombres
a la evolución, a la especie.
Pero ay, si la leyeran,
tal vez sabrían de las cuerdas
en que vibran sus nervios,
de los tejidos de la soledad,
o la estructura del amor,
de la incomodidad del siglo.
Tal vez, señores, esté escribiendo algún poema
y un día quizás, la reconozcan.
La noche conspiró, y al unísono conspiraron curiosidad y tedio y alguna pincelada de misterio captó nuestra atención. ¿Qué saeta de fuego atravesó los corazones?
¿Acaso fue el embrujo de las noches de abril, envueltas en secreto y henchidas de pasión, o quizás el azar.? ¿Fue quizá la dulzura dibujada en tu rostro o la brisa apacible que envolvía tu presencia.?
Te aguardaba en mi ventana y te colabas, travieso como un chiquillo... Yo te quería mío. Tú esquivabas mis afanes, y me robabas la ternura de tu nombre.
La noche me burló. Fue a veces luminosa, y otras fría y oscura. ¡Ay, triste paradoja...!
Marzo, lejano, olía a primavera y aún no era tiempo.
De amor herida, en la noche estrellada marché a su vera.
Ir caminando dichosa y de su mano, sueño alcanzado.
Bajo la luna, el mar era testigo de mi quimera. Fue su reflejo de espuma y de corales, nido deseado. Verdes y azules abrazaron mi sueño, entre sus olas.
En aquel sueño, me sentí transportada a un nuevo espacio.
Brava, la noche salpicaba de cuerdas más que la luna.
Después, el día fue situando todo en su camino.
No quiso el cielo un amor tan divino, para este mundo.
Ponme un bolero con ron camarero, que los boleros con ron parecen menos boleros. (Jesús Bienvenido)
Ponme otro ron, camarero, aunque sea sin bolero, que en ese vaso ahogaré la amargura, el desamor que dejó en mi corazón el sueño, que en mi vivía. Hoy la tristeza y desidia habré de ahogarlas en ron.
Como a un Dios yo la adoraba pero, cruel, me abandonó ella, que era la savia que por mis venas corría y el impulso que latía dentro de mi corazón y ahora lloro, camarero, ahora lloro el desespero de ver morir la ilusión.
Lléname otro vaso amigo que herido por la perfidia, esta noche de agonía, negra, como maldición, en el ron quiero perderme y que el amor que sentía, ¡maldita suerte la mía!, muera en un vaso de ron.
Le quise desde que le vi. Era rubio, con unos enormes ojos castaños y una mirada dulce. Siempre sonreía, así que me tenía encandilada. Se llamaba José Carlos. Nunca olvidaré las horas que pasé con él, nuestros juegos...
Un día, Ana –aquella vecina repelente del cuarto- le arrancó su hermosa cabeza de porcelana. Le lloré muchísimo, pero al fin hube de sobreponerme. Ayudó que poco después “los Reyes” me trajeron una muñeca Cleo (la de los Telerines).
No sentí que fuese una traición, al fin y al cabo los amores, a los 8 años, casi nunca son eternos.
Con las manos vacías de equipaje
y como único billete, un ansia
desconocida y palpitante,
me sumergí en su río,
sin temor de su discurrir,
que presumí sereno.
Pude sentir su abrazo vivo.
Las aguas mudaron
a tornasoladas para acogerme,
y en ellas se desvaneció
cualquier orfandad del alma.
Desnuda, confiada, quise ser una
en la dulce paz de su corriente,
y una alegría desconocida,
me devolvió la vida.
Fui entonces nave sin timón,
a la deriva de sus besos, escondida
en el hueco de sus manos y él,
él fue cura para todas mis heridas.
Espero cada día,
henchida de impaciencia,
con la ilusión ingenua
de mirarte a los ojos
y no hallar el adiós
-aquel adiós antiguo-
que te busca en el tiempo.
Espero tu regreso,
con esa mansedumbre
que propician los días
de nieblas y de ausencia,
oculta tras la máscara
que tú tan bien conoces,
simulando alegría.
Espero dulcemente.
Todavía tu ternura
perdura en la memoria
y me duelen los besos
ahogados en mis labios.
Espero pues que adviertas
que te sigo esperando.
Que aguardo cualquier signo,
ademán o detalle,
que me indique que aún
hay sueños que traspasan
nuestra fría distancia.
Te espero todavía
y, de tanto esperarte,
se me llega el invierno
y me hiela las venas.
Me ha gritado tu nombre
el viento de Levante
y he sentido un espasmo.
Hoy te espero valiente,
-aunque ayer me inquietases-
con el alma dispuesta
a remontar tormentas,
a retar a la vida
y salir a la calle
a gritar que te quiero.
A pintarlo en el aire;
a decirlo a la lluvia
y a la aurora brillante;
susurrarlo al oído a la brisa
y al aire, cuando llegue curioso
al final de la tarde.
Juguete del destino,
entre tus brazos desespero.
Me hago pedazos.
Me faltas y me deshago
en multitud de letras sin sentido;
en multitud de trazos;
en sonidos silentes;
en vacío escenario;
en tonos discordantes:
en cuento inacabado.
Cuando no estás
la oscuridad se extiende;
el brillo de mi estrella
muere apagado.
Mis sueños viajan
encadenados a tu suerte;
desesperados, vuelan tras de tu estela
y si la noche nubla tu rastro,
no renuncio a alcanzarte, amor,
dulce remanso, porque sin ti…..
me hago pedazos.
¡Cómo ha pasado el tiempo!
Qué lejos queda aquel de los abrazos,
cuando el aire era fuego
al contacto con los labios,
y era la piel del otro
el único vestido deseado.
¡Cómo ha pasado el tiempo!
Los días parecieran años,
después que quebraron nuestros versos
y hallaron excusas nuestras manos.
Desde la perspectiva del olvido,
o la del desencanto,
acaso nada fue tan importante.
A menudo acostumbramos
a ponernos solemnes en exceso.
Al fin y al cabo,
no es preciso mostrarse tan severos
que no fue tanto el daño.
¡Cómo ha pasado el tiempo!
Ya el otoño va tejiendo su manto
de marrones y ocres
y es que el tiempo va sumando,
aunque nosotros hayamos dividido.
En ocasiones surgen, aún aleteando,
recuerdos deshilachados,
risas, miradas, “aquel día cuando….”,
más solo es una trampa de la noche,
o de la soledad, que va trazando
campos de soledad, mares de dudas.
Con el tiempo, todo se ve más claro.
Quizá entonces soñábamos amarnos.
Enamorarse era un juego divertido,
tal vez fue así… ¡Cuánto tiempo ha pasado!
Tú; tus manos; dos pájaros soñando;
Me asombra ver en ellas
esa extensión de camposanto,
el olor de la pólvora en sus huellas,
las cruces sin nombre donde antaño
alguna vez tuvieron sentido los caminos.
Todo esto en las palmas de tus manos,
esos dos universos malheridos
por un punto y aparte, separados.
Espero el despertar de su letargo:
Dos gaviotas virando a contraviento,
alzan el vuelo y trazan en el aire
sobre un surco olvidado un viejo sueño,
y mientras vuelan sangran:
La herida del recuerdo
aún no está cerrada.
Cuando por fin se posan en la repisa blanca
vacía de palabras,
de dos luceros llueven las lágrimas azules
que transforman aquel papel sin vida
en Mar enamorado de la orilla,
que va dejando huellas
de versos por la playa.
Y sucede el milagro:
El trágico momento
en que tú, sin tus manos,
describes con el vuelo de tus pájaros
el dolor de un poema
escrito sin palabras.
Miguel Ángel W. Mawey nov 09
¿Quién ha crecido
por encima del límite del árbol seco,
más allá del dolor y de la espina,
hasta sembrar los surcos de su mano
con una soledad terrible y sin sentido?
¿Quién ha dejado
los giros caprichosos de la infancia
y aquella habitación, vacía de sonrisas,
para seguir un trazo gris y sin futuro,
en una obligación constante, humillante?
¿Quién ha olvidado
el agua, la semilla y su futuro,
el candor de una estrella,
la luna del lobo, su triste aullido?
¿Quién regresa
con la palabra herida
al viejo campo yerto, fugitivo,
para robar un poco de esperanza
al fruto del olvido?
Se suceden los días, entre recuerdos
huérfanos de ternura; testigos
del lento girar de un carrusel
de emociones baldías. ¡Quién pudiera
rescatar los gozos y apurar
la copa de una nueva dicha.!
¡Te extraño tanto! Siento
tanta añoranza, aquí, perdida
en el abrazo prieto de tu ausencia,
-en este oscuro duelo que me asedia-,
que a veces la memoria, en rebeldía,
juega a darme la espalda y me esconde
la causa de este sufrimiento. Ignoro
si la hoguera, que enardece mis ansias,
habrá de sofocarla tu caricia. Si algún día
me habrás de inocular tu amor en vena,
para herida de ti, morir rendida,
al bies de tu regazo.
Fuiste tú, de repente,
relámpago que todo lo invade,
que todo lo ilumina.
El rayo que lo arrasa todo,
acribillando mis sentidos,
regándome de eternidad.
Fuiste tú, sin duda,
mi tormenta perfecta.