Con las manos vacías de equipaje
y como único billete, un ansia
desconocida y palpitante,
me sumergí en su río,
sin temor de su discurrir,
que presumí sereno.
Pude sentir su abrazo vivo.
Las aguas mudaron tornasoladas
para acogerme, y en ellas se desvaneció
cualquier orfandad del alma.
Desnuda, confiada, quise ser una
en la dulce paz de su corriente,
y una alegría desconocida,
me devolvió la vida.
Fui entonces nave sin timón,
a la deriva de sus besos, escondida
en el hueco de sus manos
y él, fue cura para todas mis heridas.
Sofía B.©
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